jueves, 9 de septiembre de 2021

Nueve años después

 Estoy de nuevo aquí, en un lugar que no fue mío, más bien perteneciente a una obligación. ¿Algo ha cambiado? Sí. Ya no hay amor, ni senos blancos los sábados a las cinco de la tarde. La puerta que suena, despacio. Sus zapatos por debajo de la puerta. Abro, sonríe. El blog queda encendido, mirando todo. Ella se hacía en la cama: ¿Vamos a jugar? Y entonces el recuerdo desaparece, porque ya no duele, más bien se ha olvidado. Ya ha pasado mucho tiempo, nueve años, nueve pasos de titán que parecen pasos de ratón. Mucho tiempo ha pasado, pero muy rápido. Aquí, de nuevo, pero la puerta ya no existe.


miércoles, 11 de julio de 2012

LA SOCIEDAD QUE SE DEVORA A SÍ MISMA: Reflexión sobre la novela El honor perdido de Katharina Blum de Heinrich Böll



Por: Rubén Alfonso Zúñiga Muñóz
¿Qué sucesos conforman nuestra vida? ¿De qué somos culpables?  ¿De qué forma echamos a correr la vida? Dentro de la celda no hay aire. Un vaho de mal olor se levanta, casi quiere reventar la pequeña ventana con barrotes. El sanitario  sucio parece ser la única compañía de Khatarina Blum. Ella no soporta la suciedad, no soporta la quietud, la pereza, necesita moverse. Ha tratado de llevar su vida de una manera adecuada. Trabajar desde pequeña, servir con fidelidad a sus patrones, ganarse la confianza. Pero, ahora se ve condenada por descubrir un sentimiento, por sentir el impulso de las fibras más tiernas del ser dentro de su pecho. Ahora recuerda a Götten, su amado, el amado de una sola noche. Recuerda el cadáver de la madre. Llora sin que la escuchen. Götten, amor en las vísperas del carnaval, amor  en la víspera del primer contacto de las miradas. Apego irremediable en las vísperas del dolor, del desmoronamiento de la vida. A él lo han arrestado, está lejos, una lágrima desea salir. Por ahora, Blum es fuerte a su deseo: quiere ver de nuevo a Götten.  La luz plateada de los flashes de las cámaras se asoma debajo de la puerta de la celda. Una y otra vez. Ni en su condena dejan de seguirla, dejan de acosarla, dejan de destruirla. Khatarina Blum recuerda la imagen del periodista con los tiros sobre el pecho.  La sangre sobre el cuarto, las sábanas que ya no están impecables. Una vida que ya no es impecable, un honor manchado, el de Katharina Blum.
Heinrich Böll, alemán, nacido en Colonia en 1917, ha sido considerado un escritor comprometido con las causas justas. Una de ellas fue estar cerca de las manifestaciones en contra de las bombas atómicas. Estos gritos de lucha se dieron durante la época de inconformidad y deseos de cambio de Mayo del 68. Böll estuvo allí, firme ante la causa, acompañando a los jóvenes comprometidos. Sin embargo, un grupo organizado e incubado durante esta época, RAF (Rote Armee Fraktion - Fracción del Ejército Rojo) y Baader-Meinhoff, realizaron una serie de atentados en Alemania como forma de protesta ante las injusticias que se gritaban en aquel tiempo (guerra en Vietnam, elevación de los valores capitalistas). Estos grupos fueron perseguidos y criticados por la prensa alemana. Ahí entró Böll. Puesto que aquellos grupos, y muchos otros, a través de estas acciones buscaban algo determinado, trataban de crear conciencia o hacer notar problemáticas sociales, políticas, Heinrich Böll saldría en defensa de aquellos ideales, para que estas organizaciones no fueran juzgadas como simples terroristas, mafiosos, vándalos, sino que se reconociera su lucha, su punto de vista del asunto. La anterior  actitud del escritor, sumado a que había dado asilo a un simpatizante del comunismo para protegerlo, desató una furia sin precedentes en manos, garras y colmillos de la prensa sensacionalista en Alemania hacia el escritor. El periódico Bild-Zeitung estaría al frente de estos ataques. Es aquí, en ese ambiente de tensiones, entre ataques de los medios, de la prensa sensacionalista, en el que nace El honor perdido de Katharina Blum, publicado en  1974, y en el que sin más censuras, al principio de lo que se va a contar, se mostrará la siguiente alerta, “Las personas que se citan y los hechos que se relatan son producto de la fantasía del autor. Si ciertos procedimientos periodísticos recuerdan los del Bild-Zeitung, el paralelismo no es intencionado ni casual, sino inevitable” (Böll, 1986, Pág. 5). Heinrich Böll nos entregará la historia de Katharina, mujer ejemplar, pacífica, que se ve acorralada por la prensa, decide matar a un periodista y espera ser juzgada.
El escritor alemán, ganador del premio Nobel en 1972, nos presenta una historia desde distintos puntos de vista. Hay un narrador que nos irá llevando a través de la diégesis, que prescinde del orden lineal de las acciones, narrador que nos estará mostrando las opiniones, las versiones de cada personaje, e igualmente algunas observaciones referentes a éstas. Sin embargo, nos llama la atención Katharina Blum, una mujer de veintisiete años que sirve a las familias Blorna y Sträubleder, haciendo trabajos domésticos, de forma dedicada, pacífica, entregada. Es una mujer atractiva, señalada como honrada, leal, acaso tímida, al punto de que la apodan  “La monja”. Sin embargo, dos amigas la llaman una tarde para que asista a una fiesta. Es ahí donde conoce a Ludwig Götten, con quien, a primera vista, comparte una atracción inefable, fuerte. Katharina decide ir con Ludwig a su apartamento. De ahí no sabemos mucho sobre lo que pasa entre los dos, pero lo certero es que Götten le confiesa a la joven que está siendo buscado por huir del ejército. Götten ha acabado de robar un banco. Con ayuda de Katharina, el hombre logra escapar del asedio policial, pero Blum quedará en la mira de los aparatos que buscan justicia, y, desafortunadamente,  de la aguda prensa sensacionalista. Aquí es donde los flashes y la tinta del periódico comienzan a herir la vida de la joven.
Pero ¿Cómo se detona aquella enorme bomba de la prensa sobre aquella ciudadana ejemplar? “Katharina había incurrido en delito al ayudar a Götten a salir de su piso sin ser visto. Y si había facilitado  su fuga, ella también  debía de ser cómplice de ciertos actos criminales” (Böll, 1986, Pág. 80).  Katharina debe lidiar con el gran monstruo que nace en aquel momento. Su vida se ve dividida en dos. La cara de “La monja” se ve diluida, primero, por los interrogatorios a los que es sometida. El personaje se ve acorralado entre la condena y lo que ella pretende como su vida normal, su vida controlada, llevada en rectos caminos. Katharina hará un informe detallado sobre su vida, sobre lo que hace, sobre sus trabajos. Es la señora Woltersheim, amiga de la joven, una de las personas que tratarán de defender el prestigio de Blum:
Su capacidad profesional estaba por encima de toda duda: este extremo lo podía confirmar ella misma –la Woltersheim- no sólo verbalmente sino, en caso necesario, también por escrito, ya que pertenecía al tribunal de exámenes del gremio. Con la nueva tendencia a disponer un buffet frío en las fiestas privadas y públicas, aumentaban las posibilidades de una mujer como Katharina Blum, que en materia de organización, cálculo y estética, reunía las mejores condiciones. (Böll, 1986, Pág. 89).
La joven despliega una personalidad tranquila, se trata de una mujer organizada, inteligente, preocupada por el trabajo y por sostener su vida de una manera adecuada. “La monja” no levantaría sospechas, pero, el gran monstruo sediento de justicia y de escándalos, hará lo necesario por demostrar que detrás de la máscara benigna, se encuentra una Blum calculadora, malvada, letal. Detrás de la vida, de la existencia que se pretende llevar, respira una bestia embriagada de perversidad. Los aparatos judiciales la pondrán, sorprendentemente, entre lo que Blum piensa de su vida, la declaración de su vida personal, y la sed de culpabilidad en manos del personaje  Beizmenne, quien investiga el caso.
Los representantes del ideal de justicia aparecerán como una gran jauría, feroz, vibrante, intimidante, dispuestas a morder cada tejido del acusado para buscar, para llevarse un trozo de podredumbre; sin embargo, en esa eterna búsqueda de culpabilidad ¿No es la misma jauría la que impregna de podredumbre la vida de Katharina?
Usted tiene fama de melindrosa, casi de mojigata, hasta el punto de que sus amigos la llaman “La monja”; evita usted las discotecas porque en ellas hay demasiado tumulto, se divorcia porque su marido se ha vuelto “impertinente”… Usted manifiesta no haber conocido a ese Götten hasta antes de ayer, y que el mismo día –en seguida, como quien dice- se lo lleva a su casa y allí, muy rápidamente, llega, digamos, a intimar con él. ¿Cómo llama usted a eso? ¿Flechazo? ¿Enamoramiento? ¿Cariño? ¿Se resiste usted a admitir que ciertas incongruencias es lógico que despierten sospechas? (Böll, 1986, Pág. 73)
¿Cómo explicar la sensibilidad, aquel apego de Katharina sobre Götten? ¿Cómo explicarle a aquel monstruo que busca justicia que Blum se ha fijado simplemente en Götten, que le ha parecido atractivo, tierno? El afecto espontáneo por parte de Katharina hacia Göten será la gran oportunidad de los medios y de los sistemas justicieros para empezar la cacería. Son los aparatos judiciales quienes pretenden buscar aclaraciones, capturar a los malhechores, acaso para recuperar la normalidad de una sociedad, acaso limpiarla de delincuentes, pero en esa tarea ¿No estarán configurando al culpable modelo? ¿Al culpable que sí les sirve? ¿Qué clases de intereses se buscan proteger cuando se está señalando a un inocente de ser el perfecto presunto culpable? Beizmenne se ve interesado en finalizar bien su trabajo y acabar bien, él mismo, frente a los medios de comunicación y frente a los que consumen aquel medio de comunicación.
¡Escuchen! ¡Las autoridades han cumplido su trabajo! ¡Bien hecho por nuestros organismos de control! ¡La vida seguirá tranquila! ¿Tranquila? ¿Pero a qué precio? Han modelado a su culpable perfecta. Katharina Blum parece absorber todas esas acusaciones,  y empezar a sufrir lo que podría considerarse una transformación de personalidad, pues, de ser “La monja” pasa a ser, después del mordisco de los medios, una asesina de periodistas, una asesina de la libertad de expresión. Sin embargo, aquella ciudadana ejemplar se ve impulsada a la decisión inexorable de detener las acusaciones y falsificaciones de las que es víctima. Es Katharina Blum, la que ha perdido el honor, la ultrajada, la que decide apretar el gatillo frente al personaje que lidera aquella imagen oscura, aterradora, tergiversada, no sólo de Katharina, sino de la gente que la rodea: el gatillo dejará libre el plomo para el cuerpo de Werner Tötges.
Tötges, periodista del “PERIÓDICO” (Así nombra Böll durante el relato el diario sensacionalista)  encarnará las acciones de los medios de comunicación sobre la vida de Katharina Blum. Éste personaje, periodista excéntrico, capaz de hacer cualquier cosa por conseguir alguna noticia, o bien, hacer cualquier cosa a la noticia para que sea vistosa, sorprendente, será una de las manos que moldearán a la criminal perfecta sobre la vida de Katharina Blum. El PERIÓDICO informará al público acerca de unas extrañas visitas masculinas que recibía Blum tiempo antes de lo ocurrido. Se dirá que aquellas visitas tendrán que ver con la relación que ésta mujer tiene con Götten y con la supuesta banda de la que él hace parte. Sin embargo, el narrador nos contará que aquellas visitas son en verdad, de un mismo hombre, del señor Sträubleder. Este hombre, uno de los jefes de la joven,  siente una fuerte atracción hacia Blum, le coqueteaba, le hacía regalos, propuestas, y ahora, desgraciadamente, estaba causándole problemas. El medio de comunicación empezará la tarea difamatoria,  crear a su culpable perfecta:
“KATHARINA BLUM, LA AMANTE DEL BANDIDO, SE NIEGA A DECLARAR SOBRE SUS VISITANTES MASCULINOS. […] La policía supone que la Blum está implicada hace tiempo en la conspiración. […] El cura de Gemmelsbroich declara: “De ella lo creo todo. Su padre fue un criptocomunista, y su madre, a quién empleé por misericordia durante un tiempo como asistenta, robaba el vino de celebrar y se entregaba, en la sacristía, a orgías con sus amantes” (Böll, 1986, Pág. 49)
Problemas de la madre con el alcohol, transformados en orgías en la iglesia; un padre que regresó desecho de la Segunda Guerra Mundial, ahora un comunista despreciable. De una Katharina inteligente y tímida, hacen una Katharina “fría y calculadora”. El PERIÓDICO crea a su sospechosa perfecta y  de igual forma, se dará la mano con la justicia. Woltersheim alegará en contra de estas tergiversaciones, de aquellas invenciones, y tratará de acusarlas ante la policía, sin embargo:
…le hicieron saber que no era asunto de la policía o del fiscal  “perseguir ciertas formas desde luego condenables del periodismo”. No se debía atentar contra la libertad de prensa, pero podía estar segura de que una denuncia privada se resolvería con justicia […] Fue el joven fiscal doctor Korten quien pronunció aquí un discurso apasionado en defensa de la libertad de prensa y a favor de los secretos de la información, subrayando expresamente que quien no frecuentaba malas compañías tampoco daba a la prensa motivo para que tergiversara los hechos. (Böll, 1986, Pág. 89)
La prensa sensacionalista, ávida de crear gran espectáculo, a como dé lugar, y, al parecer, en una eterna necesidad de crear historias interesantes para el público, responde a valores que bien podrían relacionarse con las preocupaciones capitalistas de conseguir lucro pasando por encima de cualquier cosa, de cualquier acontecimiento, de cualquier persona. Se trata de armar escándalos para entretenimiento de la clientela y para lucro inevitable. Recordemos que el periodista Tötges (su camarógrafo murió también, pero en un lugar distante; obviamente de esto también se le quiso acusar a la joven, pero, se admitirá que físicamente, científicamente era imposible cometer los dos crímenes) aparecerá a veces como una celebridad, en su lujoso Porshe,  y aún después de su asesinato, en los anuncios sobre su funeral.
La redacción del PERIÓDICO después de conocerse los asesinatos de sus reporteros fue bastante extraña, y dio lugar a una excitación  anormal. Grandes titulares. Ediciones especiales. Necrologías de dimensiones exageradas […] conviene subrayar la desmedida atención de la prensa, porque no sólo el PERIÓDICO, sino también otros periódicos trataron aquellos crímenes como algo particularmente grave, horrible y casi solemne; como si de asesinatos rituales se tratara. (Böll, 1986, Pág. 15).
¿Cómo escapar ahora al acoso de los medios? ¿Cómo superar aquel señalamiento? ¿Cómo huir del hecho de haber asesinado a un representante del periodismo y de la “libertad de prensa”? La libertad de prensa de Tötges, acabó con la libertad (de llevar una vida normal) de Blum. Katharina al ver las desigualdades, ve con buenos ojos la decisión de acabar con la libertad de Tötges, con cualquier libertad posible.
Retengamos una imagen para considerar toda esta hilera de situaciones. Pensemos en una gran serpiente, enorme, poderosa, hermosa, engulléndose a sí misma, engullendo una parte de ella, acaso pequeña, de forma lenta, que ésta misma envenena. ¿Acaso no es la imagen de una sociedad que  para protegerse, se muerde y envenena ella misma con las  mismas toxinas que genera? Observemos. Götten haría parte fundamental dentro de la consideración de los valores capitalistas que impregnan las sociedades al punto de que, para cumplir aquel sueño de acumulación de bienes y riquezas, se apele a la violencia, a la delincuencia, actos que van en contra de la normalidad, de la pulcritud, del orden pretendido de los grupos humanos. Un orden a nivel ético: él es el malo, eso no se debe hacer. Daños a la moral pretendida, acaso defendida por ciertos organismos, en este caso, la policía. La prensa, los medios de comunicación buscan entonces, en este caso, una especie de escarmiento contra los gérmenes que contaminan la sociedad: ¡Aquella es la culpable perfecta! ¡Miren su pasado! ¡Es el cáncer de nuestra sociedad! Los medios de comunicación aparecen con la misma sed, por decirlo de alguna manera, de recolección de pretextos para la consecución de poder, para atraer la atención de la sociedad sobre ciertos episodios que, al ser espectáculo, son también escarmientos acerca de lo que no se puede hacer. Katharina Blum es la víctima de aquel escarmiento. ¡Mírenla! ¡Le dicen la monja pero se acuesta con el primero que conoce! ¡Le dicen la monja pero con un trabajo de empleada tiene un apartamento caro y además automóvil! Es inevitable que Blum haga parte también de esa gran serpiente. Blum, como lo anota José María Carandell en el prologo a la edición utilizada para este análisis, hace parte de la gran maquinaría de valores capitalistas:
… se trata de un personaje que representa muchos de los valores detestados por Böll. En efecto, esta joven mujer es un verdadero ejemplar de la sociedad productiva y de consumo y de la sociedad en orden. Ella pone todo su interés no en los valores espirituales sino en los materiales. (Carandell, 1986, Pág. 21.Prólogo de El honor perdido de Katharina Blum).
Katharina no está fuera de aquel mecanismo rígido de la sociedad representada. Rígido en tanto lo valioso que se convierte el poder y la adquisición de bienestar a través del trabajo. El trabajo de las autoridades, y ya sabemos qué clase de trabajo: crear a la delincuente perfecta; el trabajo de la prensa: mostrar y hacer de aquella delincuente un espectáculo que llegue a cada habitante de aquella sociedad; el trabajo de Blum: observar cómo su vida, cultivada bajo los valores convencionales de aquella sociedad, se ve destruida, engullida, por los organismos que hacen parte de esa misma sociedad. La serpiente se engulle a sí misma, la serpiente construye su propia presa, construye su propia delincuente, y la va tragando, completamente. Aquella presa no se queda quieta, deja salir la furia, la misma furia con la que fue atacada, entonces el ciclo sigue. La serpiente se envenena a sí misma y se traga lentamente. Pretende defender por medio de las autoridades la fraternidad de una sociedad  de por sí, en esencia, llena de veneno. El reptil cría su propio veneno, su propia condena. Khatarina Blum ha sido envenenada, tragada por el monstruo, por aquella sociedad y sus organismos, para los que ella trabajaba, para los que era atenta. La policía, los medios de comunicación han corrompido una parte de su maquinaria, la han corrompido con sus propias toxinas. El monstruo se traga así mismo.
Hay que recordar que los episodios que describe la novela transcurren durante las celebraciones de un carnaval. El carnaval se presenta como un espectáculo de carácter ritual, se trata de una manifestación social, todos comparten algo con todos, la fiesta, la celebración; el carnaval es una forma de vida,  Mijail Bajtín, lo presenta como una forma de la vida, que no se trata solamente de un espectáculo representado en escenarios, sino, una forma de existencia. El carnaval en su esencia es una forma de la vida, una manera de sentirla, de percibirla, de jugar con ella, sin dejar de lado que se trata de un fenómeno social en donde diversas personas se manifiestan, viven, comparten. Todos viven el carnaval, no hay cadenas, se desenvuelve una libertad total, el mundo no posee un orden. Se presenta la coexistencia de opuestos que fraternizan en las manifestaciones del carnaval: la vida se viste de muerte, la muerte se presenta como una oportunidad de la vida, una transformación, la risa arremete contra las jerarquías, contra el orden, el rico se hace pobre, el pobre juega a ser rico, “La monja” se hace asesina, no hay solidez entre lo bueno y lo malo, sino que se complementan, viven, celebran. Un miembro del comité organizador del carnaval opinará sobre los crímenes:
Esto sucede al principio de los días alegres, y ¡Adiós ambiente y adiós negocio! Si se descubre que se abusa de los disfraces para cometer crímenes, nadie tiene ganas de celebrar el carnaval. ¡Un auténtico sacrilegio! El alborozo y la alegría necesitan basarse en la confianza. (Böll, 1986, Pág. 15).
El mundo se nos presenta como una especie de festejo y ronda de máscaras. El “negocio” debe prevalecer antes que el crimen. El dinero, la felicidad, antes que la violencia. ¿Acaso no es también un carnaval la tarea de los medios y de los aparatos justicieros alrededor de la imagen, el honor de Blum? Le han otorgado una máscara, una Katharina doble. Tal vez han hecho que Katharina se transforme en lo que ellos quieren, una manipulación desde los medios, hasta la misma mente de Blum. Le han dicho, “usted es una sospechosa perfecta”, entonces, Blum se ha creado y se ha creído aquella máscara impuesta. “Pues bien, si ustedes quieren que sea una sospechosa, lo seré al menos abrazando mi certeza”. Entonces fue cuando la joven citó al extrovertido Tötges para una entrevista en exclusiva con la feroz Blum. Fue cuando la invención de los medios y del acoso de los justicieros hizo efecto. Katharina Blum se hizo homicida, es ahora la perfecta culpable. Varios tiros sobre Tötges. Un periodista muerto, pero el honor sigue perdido.
Katharina Blum está envenenada. Lo ha perdido todo por aquel apego hacia Götten. Lo ha perdido todo en una noche.  Los sentimientos, la sensibilidad, el afecto, lo más humano de Katharina permanece diáfano, claro, limpio. Ella es lo que siente, y lo ha defendido, y se ha ganado el boleto de entrada a la cárcel. Eso no pagará el daño en su vida, la muerte de su madre; por lo menos pagará el salario de Beizmenne y una jugosa indemnización para  los conocidos de la cuasi celebridad Tötges ¿Cuál ha sido la culpa de Katharina? ¿Fijarse en Götten? ¿Vivir bajo los preceptos y la disciplina de la misma sociedad que la castiga? Las culpas se diluyen. El mundo se transforma en una gran y venenosa serpiente que se engulle a sí misma. Cultiva a los seres con sus toxinas. La toxina se ve en la televisión, en el periódico, en la corrupción, en la injusticia, y sólo se espera el momento en que los seres se impregnen de aquel veneno para que la sociedad y sus órganos, que ya están envenenados, los devoren. El ciclo se repite. La serpiente muere lentamente.


Referencias bibliográficas

Autores varios. Heinrich Boll: Con motivo de su muerte, Selección de Notas Neurológicas y la última entrevista. Inter Nationes. Bonn, 1985.
BÖLL, Heinrich. El honor perdido de Katharina Blum. Círculo de Lectores S. A. Barcelona, 1986.
MIJAIL, Bajtín. Carnaval y Literatura. [En línea] http://es.scribd.com/doc/68254332/Mijail-Bajtin-Carnaval-y-Literatura.
WIESNER, Herbert (Compilador). Nueva literatura alemana, antología de autores contemporáneos. Fondo de Cultura económica. México. 1993.


miércoles, 23 de mayo de 2012

Voz, letras y lucha: La vida de Heinrich Böll (1917-1985)





Uno de los aspectos importantes que marcan la vida del escritor Heinrich Böll,  se encuentra en el hecho de ser católico y levantar al mismo tiempo miradas críticas frente a una religión de gran acogida en occidente. Böll no solo se detiene a criticar la religión, se ocupa también de observar las mentalidades que tratan de encarnarse en la época contemporánea no sólo en su país: la consecución de dinero como pilar del éxito; la farsa dentro de las sociedades a cargo de poderes políticos democráticos, la ilusión de amparo, las desigualdades y las clases sociales.

Böll empuñó armas en la Segunda Guerra Mundial. Nació en Colonia en 1917. Sufrió la guerra, la sintió de cerca. Fue prisionero estadounidense, acorralado en un campo de concentración. Al terminar la guerra Böll emprendió la reconstrucción de su hogar a la vez que levantaba la voz en sus primeros escritos. Los trabajos de Böll se dividen en dos etapas, la primera, con obras como Casa sin amo (1954) y Billar a las nueve y media (1959), desenvuelven lo que para el autor significaron los episodios de la Segunda Guerra Mundial: sentimientos de culpa, desolación, el horror, la desesperanza, etapa que el mismo autor denominó “Literatura de guerra, ruinas y retorno a la patria”. Y una segunda etapa, que algunos autores señalan como la madurez de Böll, con obras como Silencios del Dr. Murke y otras sátiras (1958), Opiniones de un payaso (1963), El honor perdido de Katharina Blum (1974), Asedio preventivo (1979) Mujeres ante un paisaje fluvial (1985), El legado (1982), La herida (1983), despliegan una conciencia sobre el hecho de vivir en un mundo plagado de convencionalismos e ideas que intentan absorber al habitante del mundo, de la ciudad. Böll despliega un mundo que pretende ser absorbido por imposiciones ideológicas, religiosas, morales, (la hipocresía, corrupción de sistemas políticos y religiosos. En 1967 recibió el Premio Georg Buchner y en 1974 la Liga Internacional por los Derechos Humanos le concedió la medalla Carl von Ossietzky.

El honor perdido de Katharina Blum  se adaptó al cine, siendo director Volker Schlondorff en 1975; historia que desenvuelve los efectos de las campañas difamatorias de la prensa sensacionalista que el  autor sufrió cuando un medio de comunicación lo acusó de colaborar con un grupo terrorista, “Baader-Meinhof”, cuando, según el escritor, lo único que hizo fue dar albergue y protección a algunas personas, al estilo de la antigua tradición de la iglesia de dar asilo a los perseguidos. De igual forma se puede encontrar una adaptación cinematográfica de su novela Opiniones de un payaso,  Ansichten eines Clowns dirigida por Vojtech Jasný en 1976.

Heinrich Böll recibió el premio Nobel de literatura en 1972, ante todo por el trabajo de mostrar las consecuencias que trajo la Segunda Guerra Mundial en Alemania, brindando un panorama critico, a nivel económico, social, cultural, religioso, de un país que necesitaba de aquellos registros, que requería una mirada detenida en aquellos episodios, una mirada que mostraba a una Alemania que entraba en una nueva etapa, otra época, la ebullición de lo contemporáneo, huellas de la guerra. Heinrich Böll se convierte en una voz que va en contra de la violencia, la opresión de los poderes, en las religiones, en los medios, en la política. La voz de Böll se alza contra enormes y peligrosos gigantes. 

Actualmente existe alrededor del mundo la Fundación Heinrich Böll cuya labor “se centra en fomentar los valores políticos de la ecología y el desarrollo sustentable, los derechos de las mujeres y democracia de género, democracia y ciudadania, diversidad de medios y una opinión pública crítica, integración económica, globalización y re-regulación”.




Fuentes


Sobre la vida del autor:



http://www.heinrichboell.com/  (En idioma inglés y alemán)

Enlace a la Fundación Heinrich Böll en Latinoamérica


Aquí se puede encontrar un videoclip que resume lo que ha significado Heinrich Böll y sus escritos en la política, la iglesia y los medios de comunicación.


En el siguiente enlace se puede encontrar la adaptación cinematográfica de Opiniones de un payaso. En el segundo, un poco de información sobre dicha adaptación (en idioma alemán).





EL MUNDO PASA POR LOS OJOS DE HANS SCHNIER: Reflexión sobre la novela Opiniones de un payaso de Heinrich Böll





Por: Rubén Alfonso Zúñiga Muñóz


Bonn se refleja en el Rhin. La imagen de esa ciudad está difuminada por los vapores de las industrias. El tren  derrama  lágrimas de carbón durante el trayecto. La impresionante catedral de Münster se muestra imponente entre los vidrios de la locomotora, mientras que de la casa de Beethoven sale una mano diciendo adiós. La máquina se detiene en alguna estación. Las puertas se abren entre el lamento de los metales y el silbido del vapor. El hollín de las industrias ha quebrado la tranquilidad de antes. “¿Antes ha habido tranquilidad?” pregunta un joven mientras saca dos monedas y un cigarro del bolsillo, “usted no supo lo que eran las bombas a la hora de la cena”. El muchacho estira la mano y entrega los tres objetos a una persona que está sentada cerca del tren. Lleva una guitarra, canta, Dice el Papa Juan: “No votes por la democristiandad. Mira que la caridad consiste en no hacer más pobres”. “Mire lo que los jóvenes llegamos a hacer para tener algún bocado, seguro que este pobre diablo debe tener esposa y un hijo llorón que necesita un pañal limpio, aquí tiene, linda canción…” el muchacho deja la limosna en un sombrero y  mira a los ojos al otro “... oye, payaso, la unión socialdemócrata se ha esparcido por todo el mundo ¡Canta más fuerte! ¡Y ojalá que no te cobren por cantar nuestra indignación!”. El de la guitarra tiene la cara pintada de blanco, empieza a rasgar con más bríos las cuerdas del instrumento; de pronto nos mira, fijo, con grandes ojos azules, al mismo tiempo que las pupilas obtienen un brillo conmovedor gracias a las lágrimas que intentan salir. Los ojos de aquel vagabundo miran con obstinación, ¡Un payaso! Su historia llega a través de la mirada. 

Hans Schnier salió de la cabeza de Heinrich Böll y su historia llegó hasta nosotros en forma de letras en el libro Opiniones de un payaso en 1963. Heinrich Böll, enteramente cristiano, pero sólidamente crítico de quienes tienen el poder de aquella religión, nos brinda la historia de Hans, cuya profesión es ser payaso, y aquellas vicisitudes nos las regala por medio de la mirada de este personaje. La narración se presenta en primera persona; es Hans Schnier, un narrador – personaje, que nos va contando lo que le sucedió y lo que le sucede a través de su mirada, los acontecimientos van a pareciendo a medida que este personaje nos lo va relatando. Estamos a la deriva de la narración del personaje, estamos a la deriva de la historia de un payaso y de sus reflexiones frente a lo que ha ocurrido durante su vida. Es el mundo de Hans que se desenvuelve en la obra, es el mundo que él percibe, el universo que le ha herido una pierna y lo ha impedido para seguir sus números de payaso (para sobrevivir con el poco dinero que vale su arte), el mundo que le ha quitado a la única mujer  que ama, Marie.

El payaso nos sigue mirando. Suena un teléfono, lo descolgamos, es él mismo. “Aló, lo que le voy a decir no es un chiste, tómelo usted con calma, es el dolor de mi pecho”. A lo largo de la historia Hans Schnier nos va mostrando lo que le ha sucedido por medio, sobretodo, de comunicaciones telefónicas y episodios del pasado que rememora mientras se recupera de la herida en la pierna. El dolor de su pecho lo ha brindado la mano del catolicismo. El catolicismo le ha quitado a su amada; Marie Derkum se ha ido con Heribert Züpfner. Sin más miramientos los personajes Sommerwild, Kinkel, Fredebeul, Blothert y el nuevo compañero de Marie, Züpfner, configuran el más vasto obstáculo que ha separado al payaso de su amada. De nuevo Hans al teléfono:

 “Entiendo lo suficiente para ver que ustedes, los católicos, ante un no creyente como yo son tan inflexibles como los judíos frente a los cristianos, o los cristianos frente a los paganos […] será un doble adulterio. El que Marie cometerá al casarse con su Heribert, y luego aquel en que incurrirá un día, cuando se separe de él y vuelva a mí.” (Böll, 2003, pág. 89). 

Heinrich Böll,  como autor católico y crítico ante  esta religión,  ha creado a un narrador-personaje completamente desligado de religión alguna, se podría decir que ateo, sin embargo Hans se burlará también de ellos “Me aburren porque siempre hablan de Dios”, ¿Acaso una autocrítica? Pues a lo largo de este seguimiento a la presente obra de Böll nos daremos cuenta que en el payaso son muy recurrentes las menciones sobre el catolicismo, sus fuertes críticas sobre quienes llevan el poder de dicha religión. Hans habla mucho de los católicos, pero no mucho de Dios. Pero, ¿Quién es entonces Schnier? “Soy un payaso […] de momento superior a mi fama. Y hay un ser católico al que necesito con urgencia: Marie, y precisamente vosotros me la habéis quitado” (Böll, 2003, pág. 65). Sin embargo, ¿Por qué se ha dado la dolorosa despedida entre el payaso y su amada? Hans de forma reiterada se martillará la cabeza con la idea sobre que Marie ya no está con él, lo ha dejado solo:

“En cuanto a Marie, comienzo ya a dudar: su <<terror metafísico>> no lo veo claro, y si se marchó con Züpfner y hace con él todo lo que hice yo con ella, comete pecados que en sus libros se designan inequívocamente como adulterio y fornicación. Su terror metafísico se basó única y exclusivamente en mi negativa a casarnos civilmente y a hacer educar a nuestros hijos en la religión católica.” (Böll, 2003, Pág. 51).

El catolicismo, la iglesia, se convierte en el punto de partida de su decadencia frente al amor y un gran obstáculo para lograr encontrarse con Marie. Marie al decidir unir su vida con la del payaso se enfrenta a aquel “dolor metafísico” que tal vez no es más que su consciencia frente al hecho de pretender vivir con un payaso que odia la religión que ella profesa; entonces es ahí, cuando su católica convicción le guía a dejar a Hans. El “bienestar metafísico” de Marie se encuentra en el catolicismo y en quienes lo representan. Sin embargo cabe aclarar que el payaso hace una confesión no menos que conmovedora, “Es cuestión de gustos, Marie, pero no es ése tu gusto. Mejor confiar en un payaso ateo, que te despierta temprano para que llegues puntualmente a misa, y que, cuando es necesario, no escatima un taxi para ir a la iglesia” (Böll, 2003, pág. 67). Marie es quién se ha rendido ante las convicciones de Hans, ha decidido irse con otro; pero, en el otro lado, está Hans, que tampoco escatima momento alguno para criticar a la iglesia, situación que inevitablemente pudo fastidiar a la mujer, pero que a él, al parecer nunca lo fatigaron las creencias de Marie. El payaso, que no cree, hace lo imposible para hacer feliz y satisfacer a la mujer que sí cree; pero ella que posee aquellas convicciones, decide, para dejar ese “terror metafísico” que la atormenta, dejar a aquel ateo. Resultado: un payaso con un gran dolor en el corazón, que no guarda las proporciones para manifestar el odio hacia quienes le han quitado a su amada.

Hans Schnier se convierte en un crítico de la nueva época que se va acercando al mundo. El siglo XX tiene que afrontar las heridas de la Segunda Guerra mundial y la certeza que los seres humanos son capaces de hacer cualquier cosa llevados por cualquier motivación. Heinrich Böll elige a Bonn como epicentro de las acciones, una ciudad que fue seriamente herida por los bombardeos durante la guerra. En 1949 Bonn se convirtió en la capital de la República Federal de Alemania. Esto propulsó la llegada de gran cantidad de funcionarios y diplomáticos extranjeros, e igualmente el establecimiento de organismos públicos y privados. Después de la guerra la ciudad se erigió como un importante centro industrial,  en donde se elaboraban productos metalúrgicos, químicos y algunos alimentos. Esto propulsó la elevación de partidos políticos y el aumento del poder de la Iglesia. Hans Schnier da cuenta de dos partidos políticos, la Unión Cristiano-Demócrata y el Partido Social Demócrata Alemán. El payaso no está a favor de ninguno, se mantiene al margen; es un observador de su ciudad, de las palpitaciones de la sociedad, de cómo funciona el nuevo siglo, de los venenos que hacen palidecer no sólo a Bonn, sino que sus opiniones van más allá, lo que dice se proyecta a todo el mundo, los grandes cambios después de la Segunda Guerra Mundial, una conciencia frente a una época que se avecina, una conciencia que trasciende los límites de aquellas fechas y  llega hasta la contemporaneidad.



La Segunda Guerra Mundial

Hans tuvo que vivir el asedio de los nazis. En su niñez, debido a que en un salón de clase dijo “Cerdos nazis” su familia debe presenciar un juicio en su propia casa. Algunos Nazis visitan la casa de los Schnier y preguntan por la posible causa de que el pequeño haya dicho aquella palabra. Sin embargo la madre de Hans y su esposo niegan la posibilidad de que Hans hubiese escuchado esa expresión en su casa. Durante la ocupación Nazi la madre de Hans se muestra fiel al grupo nacionalsocialista, lo que derivó en el alistamiento de su hija Henriette en la guerra y en la posterior desaparición de la joven. Hans no soporta aquel episodio y permanentemente la atormenta con dicho recuerdo. A pesar de ser ricos,  prósperos empresarios del lignito (un tipo de carbón)  la madre los obligaba a ahorrar algo, en la comida, en los útiles escolares. Sin embargo esto será cuestión de simples apariencias, pues el payaso nos contará que algún día sorprendió a su madre comiendo a escondidas y de manera salvaje algunas porciones de jamón.
El hermano de Hans se hace teólogo, sin embargo no escatima en enviar alguna ayuda cuando se va a vivir con la joven Derkum. El payaso rememora siempre que habla con su familia el hecho de haber perdido a su hermana en la guerra. Henriette parece simbolizar el sin sentido de la guerra, lo absurdo, pues, cuando aún estaba con vida, en algunos momentos y sin previo aviso quedaba impávida mirando al vacio, sin mirar ni pensar en nada. Se trata de la inconsciencia que se va para la guerra y nunca más regresa; sólo deja el melancólico recuerdo, el dolor. Hans al sentir el vació de su hermana decide incinerar todas las pertenencias de la joven, incinerar el recuerdo, la pesadez del dolor de la guerra.

El payaso y la ciudad

Hans posee una conciencia sobre la velocidad de las ciudades. Él mismo nos muestra paso a paso sus acciones en la ciudad, su espacio, la forma en la que siente los ritmos de la urbe; llegar rápido, tener dinero, guardar el número telefónico de quien puede brindar ayuda: es la gran ciudad y su movimiento. “Oscurecía ya cuando llegué a Bonn, y me forcé esta vez a no poner en marcha el piloto automático que en cinco años de viajar se ha formado en mi interior; bajar las escaleras  del andén, subir las escaleras del andén, dejar la maleta, sacar el billete del bolsillo del abrigo…” (Böll, 2003, pág. 7). El payaso refleja su manera de moverse entre la ciudad y sus espacios. Fernando Cruz Kronfly señala que el ser que habita la urbe construye un camino propio, le da sentido a cada paso que brinda sobre el asfalto, cada mirada sobre los espacios fundan distintos caminos, una manera de hacer correr la vida sobre la ciudad, que “…se erige también como un sistema de usos que el sujeto interioriza, modos de utilización de rutas y lugares, sombras de árboles, cafeterías y sitios de paso, recorridos y travesías, claves urbanas que se deben <<saber>> descifrar y utilizar y cuyo manejo resulta sustancial al ciudadano de la urbe” (Kronfly, 1998, pág. 218). Hans, como habitante de la urbe contemporánea, caótica, veloz, inesperada, otorga un sentido a la calle, la siente, se interna en ella, la vive,  recorriéndola, pisoteándola, “¿Era un número lo que yo representaba? Meter la llave en la cerradura de la puerta […] abrir la puerta del ascensor, apretar el botón para el quinto… (Böll, 2003, pág. 12). Vivir en la ciudad se convierte en un acto acaso circense, jugar a la vida de la ciudad, jugar a ser habitantes de la urbe, crear conciencia de la manera en que la vida discurre entre paredes, calles, escaleras y vehículos de transporte; habitar en la ciudad crea actos automáticos de supervivencia.

El payaso toma conciencia de lo que significa vivir en la urbe, entre el asfalto, las paredes, las calles, los caminos que se emprenden. “Para el trayecto de la estación al hotel, del hotel a la estación, hay una unidad de medida: el taxímetro. Y así dista dos marcos, tres marcos, cuatro marcos con cincuenta de la estación.” (Böll, 2003, pág. 7). El tiempo viene a configurarse en una valoración monetaria a través de un instrumento tecnológico: el taxímetro. El tiempo se convierte en esclavo del dinero. El tiempo, el espacio, las distancias, son atrapadas por la tecnología del taxímetro y las sogas del dinero. El tiempo y el espacio se configuran muy valiosos, cuestan. Hans desarrolla una consciencia sobre lo que significa vivir en la urbe; en este caso, el tiempo, la distancia, se convierten en un aparatito dentro de un vehículo que va marcando la lejanía por medio de dinero. Moverse en la ciudad no es gratis, a veces duele, el asfalto hiere. 

El dinero es el que mueve la ciudad, Hans necesita moverse, trabajar, pero está herido de la pierna, además ya no tiene dinero; entonces está atrapado, inmóvil, las quijadas de la ciudad se abren y se tragan al payaso. Uno de los elementos que ayudan a Hans para buscar una solución a la pésima situación económica en que se encuentra es el teléfono. Éste aparato se convierte en un arma vencedora de distancias, “…saqué del estante el  listín de teléfonos y descolgué el auricular […] Era la única arma que me quedaba y pronto iba  a hacer uso de ella.” (Böll, 2003, pág. 15).  Aquel uso del arma telefónica inevitablemente será el inicio de la historia del payaso. Posee una capacidad mística de poder percibir olores por el teléfono; sin embargo, este elemento mágico es el único, junto a la gran imaginación de Schnier, que se presenta en la obra, sin abandonar violentamente la mesura realista que se desenvuelve a lo largo de la historia. 

El teléfono no solo comunicará con otra persona, sino con el pasado de Hans Schnier y sus cavilaciones acerca de la persona que contesta al otro lado de la línea. Hans llama a su madre: “Le habla un delegado del comité central de los judíos yanquis que se encuentra de viaje, póngame con su hija, por favor.” La madre contesta, “<<Nunca podrás olvidarlo, ¿Eh?>> Yo mismo estaba a punto de llorar y dije en voz baja: << ¿Olvidarlo yo, mamá?>> Calló y sólo oí aquel lloriqueo senil…” (Böll, 2003, pág. 23). Y de esta forma Hans expondrá el gran dolor que lo inunda cuando rememora el hecho de que impulsada por sus padres, su hermana Henriette se haya alistado en la guerra y que inevitablemente nunca más regresaría con ellos. De esta forma el teléfono se convierte en un canal por el que podemos conocer el pasado de Hans y acerca de lo que siente sobre algún asunto. El teléfono constituye un lugar de encuentro, entre el pasado y el presente, desenvuelve la vida del payaso.

El payaso opina sobre Bonn. “Todos sonríen con gemebunda ironía cuando se habla de Bonn. No comprendo esta afectación. Si una mujer cuyo atractivo es la somnolencia se pone de repente a bailar un can-can salvaje, sólo cabe suponer que ha sido drogada; pero no es posible drogar a una ciudad entera.” (Böll, 2003, pág. 47). Bonn para Hans es una mujer somnolienta, acaso aburrida, apagada a pesar de las industrias que la circundan. Tal oscuridad y desgano de la ciudad llegaron con el hollín de las fábricas, con la iglesia y el pudor. Hans recuerda que en aquella ciudad ya no hay prostitutas, acaso despedidas, desaparecidas a causa del poder religioso; sin embargo lo que al payaso lo retuerce de indignación es que, a pesar que han exiliado a las prostitutas, todos las extrañan, “Falsa expectación, falso pudor, falsa especulación sobre la perversión.” (Böll, 2003, pág. 47). La ciudad para Schnier se torna aburrida, apagada ante la presencia de aquella hipocresía de quienes mantienen la égida del pudor, pero comentan los deseos inmensos de que vuelvan las prostitutas, el placer, el gozo sin aquel pulcro y aparentemente cuidado pudor.

Hans mantiene firme su guitarra, rasga las cuerdas con dedos temblorosos, ríe, pero la fuerza del dolor es la que impulsa la voz. Algunos transeúntes pasan cerca, observan el sombrero a lo Chaplin en el suelo, depositan alguna moneda o un cigarrillo. Momentos antes Schnier ha decidido, impulsado por el cansancio, por la fatiga que le trae su desventura, su pobreza, la tristeza, arrojar hacia la ciudad su última moneda, “De repente saqué mi marco del bolsillo y lo arrojé a la calle, en seguida me arrepentí de haberlo hecho, traté de divisarlo, pero no lo vi, pero creí haber oído el ruido que hizo al caer sobre el techo de un tranvía que pasaba” (Böll, 2003, pág. 152). Hans parece que le da una limosna a la ciudad entera, llevado por la rabia, la angustia, la soledad en la que se encuentra, abandono y dolor que le ha deparado la vida, las circunstancias y la ciudad. Hans parece decirle a la ciudad “¡Ey! Mírate, qué ciudad más abandonada, sola con su melancolía”. Al arrojar aquella moneda a la ciudad, parece haberla lanzado para sí mismo, pues, más adelante, Hans Schnier se pintará la cara, tomará la guitarra, afinará la voz, y se sentará cerca de la estación mientras la gente escucha su canción y coloca monedas o cigarros en su sombrero. El payaso debe sobrevivir, vende su canción, su voz, la denuncia y la melancolía que se liberan; Gonzalo Arango alguna vez diría que “La ciudad es la gloria pasajera del hombre, su grandeza, su miseria, el botín de su victoria contra la muerte, la dignidad de su combate, la historia que le sobrevive” (Arango, 2003, pág. 1). Aquel botín se encuentra en la forma en que Hans se enfrenta ante las adversidades que le depara la ciudad. Tener, no tener dinero, o luchar contra la condena de miseria en aquella gloria pasajera. El botín está en la forma en que se logra sobrevivir gracias a su cara pintada, a su canto, al sonido de la guitarra, últimos compañeros del payaso. Debe buscar la manera de sobrevivir, de sentirse vivo entre las tempestades de la ciudad. Debe ir en contra de las condenas que lo oprimen, lo encarcelan, lo acorralan,  lucha, canta contra ellas.


Mujeres rodeando al payaso

El payaso está solo en la ciudad. El abandono al que lo ha condenado Marie Derkum no lo ha impulsado como un salvaje hacia otros senos. Hans Schnier posee cierta simpatía con la monogamia, pues, a pesar de ser tan crítico frente a quienes adoptan la religión católica, pensaríamos que el payaso se entregaría a una vida sentimental, afectiva y sexual poco estable, estar con una y con otra mujer,  menciona que no es capaz de estar con otra chica diferente a Marie; a pesar de sentirse atraído sexualmente por Mónika Silvs, no deja que aquel sentimiento lo movilice a hacer algo que vaya en contra del cariño que siente por la joven Derkum. “Pasaron algunos minutos hasta que ella volvió y recordé que Marie me contó una vez que incluso muchos santos habían tenido amigas […] Dios mío, por lo menos el respirar de una mujer” (Böll, 2003, Pág. 139). Hans se siente atraído algunas veces por Silvs, pero no logra abandonar aquella fidelidad que guarda con Marie. Su soledad sólo lo lleva a sentir alivio sólo con un aliento femenino a través de un auricular.

Marie Derkum a pesar de ser católica decide unir su vida con un payaso que no cree en Dios y en aquella religión. Es interesante conocer que una mujer, a pesar de estar tan ligada a una religión y a sus preceptos, desee irse a vivir con alguien ateo. Esto despliega la imagen de una mujer cuyo albedrío lo toma ella enteramente, sin retroceder o verse cohibida por las reglas de la religión o la represión familiar. La mujer hace lo que desea para sí, sigue sus sentimientos a pesar de ir en contra de los convencionalismos que la rodean. Sin embargo Marie empieza a manifestar cierta tristeza, cierta melancolía al estar viviendo con Hans, “Después comenzó a llorar repentinamente, y yo le pregunté por qué lloraba ahora, y ella susurró: <<Dios mío, bien sabes tú que soy católica>>; y yo dije que cualquier otra muchacha, protestante o infiel, probablemente lloraría también, y hasta sabía por qué […] <<Porque existe realmente una cosa llamada inocencia>>” (Böll, 2003, Pág. 35). Marie perdió la virginidad con Hans, y a lo largo de la obra manifestará lo que el payaso llama “terror metafísico” que tal vez no es más que el arrepentimiento de la joven de su decisión de estar con Schnier. Además vale la pena recordar que la joven Derkum sufrió dos abortos durante la permanencia con Hans. Episodios que derivarían en una inevitable pero minúscula aparición de la policía para verificar las circunstancias del aborto. El aborto se convierte en un elemento que acelera la tensión entre la pareja, tensión que llevará al abandono de Hans. La criatura sin vida que sale de Marie Derkum se convierte en una suerte de anunciador de la expulsión del payaso de la vida de la joven. Es su fe la que ha estado en peligro, y para esto, Heribert Züpfner y su gran monstruo católico, se la llevará para salvarla de Hans, que sólo le ha provocado abortos.

Hans desenvolverá una crítica frente a la imagen de mujer que se tiene, al parecer en Norteamérica, ejemplificado con el mundo cinematográfico y de los actores famosos:

 “Las mujeres en esos films o bien son prostitutas por naturaleza o lo son en un sentido social; compasivas casi nunca lo son. […] Crueldad cuando la compasión sería lo único humano […] No comprendo la moralidad americana. Pienso que allí quemarían viva por bruja a una mujer compasiva, una mujer que no se acostara por dinero ni por pasión por los hombres, sino sólo por compasión de la naturaleza masculina” (Böll, 2003, Pág. 68).

La soledad de Hans lo lleva a pensar en aquella compasión que debería tener alguien sobre su condición. Critica los estereotipos que se muestran en aquellas historias, mujeres que siempre se obnubilan por machos súper dotados a nivel económico o físico, y plantea una suerte de utopía de la mujer que él necesita en aquellos momentos: alguien que tenga compasión de él, de su tristeza, de sus críticas, de su estado. Está abandonado y no necesita el consuelo de aquellas historias americanas, “el grandioso ideal de la felicidad en pareja”, sino la presencia de alguien que se compadezca, que lo acompañe.  


La televisión encendida

Aunque de manera somera, Hans mostrará sus reflexiones acerca de los medios de comunicación en la sociedad que lo rodea y el papel que cumplen dentro de ésta. El payaso resaltará que su padre, gran empresario del lignito, posee cierta influencia dentro de la ciudad de Bonn, y aquella influencia, nos comenta Hans, es simplemente pura apariencia, falsedad, manipulación, “¿Qué había hecho duro y despiadado a este hombre bondadoso, mi padre, por qué hablaba por la televisión de deberes sociales, de lealtad al estado, de Alemania, incluso de la cristiandad en la que no creía según su propia confesión, y de tal modo que obligaba a los demás a creerle?” (Böll, 2003, Pág. 120) Más tarde dirá Hans que la razón de aquella falsedad es nada más que la idea del “dinero abstracto”, la riqueza, el poder en potencia, no pocos billetes, el ideal mismo de adquisición monetaria en potencia. Y es interesante que el payaso cuando se da cuenta que no posee ningún recurso económico y está más abandonado que nunca por Marie, usa su infatigable imaginación para plantear una solución a su problema, “Ella podría quedarse conmigo como concubina, ya que la Iglesia nunca más la separaría de Züpfner. Entonces yo no tendría más que hacerme descubrir por la televisión y adquirir nueva fama, y la Iglesia cerraría los ojos. Después ya nadie me exigiría que me casara por la Iglesia con Marie…” (Böll, 2003, Pág. 165). Se puede notar inevitablemente el gran poder que poseen los medios de comunicación en la sociedad que se plantea en la historia. Dicho poder, fama soñada, puede incluso transgredir, por no decir que hacer cerrar los ojos, apagar los señalamientos de instituciones, si de por medio se encuentra aquella fama, dinero, poder y dominio. La televisión encendida, la fama y poder que proyecte, puede cegar la moral de cualquier institución.

Hans Schnier es la voz de la conciencia no sólo de aquella sociedad dibujada en la obra de Böll, es una voz que golpea en cada tímpano, en la frente de quien se acerque a sus reflexiones. La guitarra de Schnier suena en Brasil, en París, en Tokio, en  Moscú. Sus ojos observan y comentan la época que vive, las épocas que se acercarán, el tiempo venidero. Como su autor, el payaso levantará su voz ante a los grandes poderes que se levantan frente al individuo, que tratan de ahogarlo, de robarlo, de silenciarlo. Es una voz, una guitarra, una cara pintada, que se escabullen entre los transeúntes, vuelan entre las almas, hacen cosquillas en la conciencia de quien escucha. ¡Es el mundo que quiere tragarnos! Gritan algunos jóvenes que se acercan al payaso. Caen algunas monedas y un cigarro en el sombrero de Schnier. Toma el cigarro y lo mantiene en la boca; es lo único seguro que tiene en el momento. Rasga la guitarra, mientras las lágrimas van corriendo el maquillaje blanco.


Referencias bibliográficas 

ARANGO ARIAS, Gonzalo. La ciudad y el poeta. Biblioteca piloto pública de Medellín. 2003.

BÖLL, Heinrich. Opiniones de un payaso. Editorial Sol 90. Buenos Aires. 2003.

CRUZ KRONFLY, Fernando. La ciudad como representación. En: La tierra que atardece. Santa fe de Bogotá. Planeta, 1998. 

Enciclopedia Universal Cultural. Editorial Cultural S. A. Madrid, 2001.

WIESNER, Herbert (Compilador). Nueva literatura alemana, antología de autores contemporáneos. Fondo de Cultura económica. México. 1993.