Hans Schnier, un hombre de 27 años, de profesión payaso, hijo de una familia que trabaja en la próspera industria del lignito en Bonn, Alemania, se va a vivir con su amada Marie Derkum. Ésta mujer lo abandona para casarse con Heribert Züpfner, hombre que hace parte, al igual que ella, a un grupo católico. Hans reniega de la iglesia católica y no da tregua para dar a conocer sus contundentes opiniones frente a dicha fe. Su trabajo cada vez más se encuentra en decadencia: no le pagan lo suficiente, ya no es tan requerido y se ha herido una pierna. En un pequeño apartamento que le ha dejado su abuelo, Schnier toma el teléfono y empieza a llamar a algunos familiares y conocidos, primero para conocer el paradero de Marie, segundo, para encontrar un poco de ayuda económica. El payaso se encuentra ante la actitud fría y desdeñosa de algunos miembros del grupo al que pertenece Marie, grupo que según él, ha planeado una conspiración para que la mujer abandone aquel concubinato con el payaso y se una al católico Züpfner. A lo largo de sus llamadas Hans Schnier da cuenta de su pasado a la vez que va desvelando la corrupción, la hipocresía y la sed de poder entre la iglesia y los aparatos políticos. Su hermano Leo se ha hecho teólogo y no escatima algunas veces en recriminárselo. Hans muestra a su madre como una mujer tacaña, avara, altamente culpable de que Henriette, la hermana del payaso, se hubiese alistado en la guerra y no haya regresado jamás a casa. El padre de Hans lo visita para prestarle ayuda con estudios avanzados en actuación, el joven se niega, no sin antes recordar a la amante de su padre; el señor se marcha, pero Hans siente cada vez más la necesidad de conseguir alguna ayuda económica. Busca entre las cosas que le ha dejado la fugitiva Marie y encuentra algunas pinturas para el rostro. Pinta su cara de blanco, toma una guitarra, se sienta a las afueras de una estación de tren y empieza a cantar mientras los transeúntes le dejan sobre un sombrero algunas monedas y cigarros.
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