Por: Rubén Alfonso Zúñiga Muñóz
Bonn se refleja en el Rhin. La imagen de esa ciudad está difuminada por los vapores de las industrias. El tren derrama lágrimas de carbón durante el trayecto. La impresionante catedral de Münster se muestra imponente entre los vidrios de la locomotora, mientras que de la casa de Beethoven sale una mano diciendo adiós. La máquina se detiene en alguna estación. Las puertas se abren entre el lamento de los metales y el silbido del vapor. El hollín de las industrias ha quebrado la tranquilidad de antes. “¿Antes ha habido tranquilidad?” pregunta un joven mientras saca dos monedas y un cigarro del bolsillo, “usted no supo lo que eran las bombas a la hora de la cena”. El muchacho estira la mano y entrega los tres objetos a una persona que está sentada cerca del tren. Lleva una guitarra, canta, Dice el Papa Juan: “No votes por la democristiandad. Mira que la caridad consiste en no hacer más pobres”. “Mire lo que los jóvenes llegamos a hacer para tener algún bocado, seguro que este pobre diablo debe tener esposa y un hijo llorón que necesita un pañal limpio, aquí tiene, linda canción…” el muchacho deja la limosna en un sombrero y mira a los ojos al otro “... oye, payaso, la unión socialdemócrata se ha esparcido por todo el mundo ¡Canta más fuerte! ¡Y ojalá que no te cobren por cantar nuestra indignación!”. El de la guitarra tiene la cara pintada de blanco, empieza a rasgar con más bríos las cuerdas del instrumento; de pronto nos mira, fijo, con grandes ojos azules, al mismo tiempo que las pupilas obtienen un brillo conmovedor gracias a las lágrimas que intentan salir. Los ojos de aquel vagabundo miran con obstinación, ¡Un payaso! Su historia llega a través de la mirada.
Hans Schnier salió de la cabeza de Heinrich Böll y su historia llegó hasta nosotros en forma de letras en el libro Opiniones de un payaso en 1963. Heinrich Böll, enteramente cristiano, pero sólidamente crítico de quienes tienen el poder de aquella religión, nos brinda la historia de Hans, cuya profesión es ser payaso, y aquellas vicisitudes nos las regala por medio de la mirada de este personaje. La narración se presenta en primera persona; es Hans Schnier, un narrador – personaje, que nos va contando lo que le sucedió y lo que le sucede a través de su mirada, los acontecimientos van a pareciendo a medida que este personaje nos lo va relatando. Estamos a la deriva de la narración del personaje, estamos a la deriva de la historia de un payaso y de sus reflexiones frente a lo que ha ocurrido durante su vida. Es el mundo de Hans que se desenvuelve en la obra, es el mundo que él percibe, el universo que le ha herido una pierna y lo ha impedido para seguir sus números de payaso (para sobrevivir con el poco dinero que vale su arte), el mundo que le ha quitado a la única mujer que ama, Marie.
El payaso nos sigue mirando. Suena un teléfono, lo descolgamos, es él mismo. “Aló, lo que le voy a decir no es un chiste, tómelo usted con calma, es el dolor de mi pecho”. A lo largo de la historia Hans Schnier nos va mostrando lo que le ha sucedido por medio, sobretodo, de comunicaciones telefónicas y episodios del pasado que rememora mientras se recupera de la herida en la pierna. El dolor de su pecho lo ha brindado la mano del catolicismo. El catolicismo le ha quitado a su amada; Marie Derkum se ha ido con Heribert Züpfner. Sin más miramientos los personajes Sommerwild, Kinkel, Fredebeul, Blothert y el nuevo compañero de Marie, Züpfner, configuran el más vasto obstáculo que ha separado al payaso de su amada. De nuevo Hans al teléfono:
“Entiendo lo suficiente para ver que ustedes, los católicos, ante un no creyente como yo son tan inflexibles como los judíos frente a los cristianos, o los cristianos frente a los paganos […] será un doble adulterio. El que Marie cometerá al casarse con su Heribert, y luego aquel en que incurrirá un día, cuando se separe de él y vuelva a mí.” (Böll, 2003, pág. 89).
Heinrich Böll, como autor católico y crítico ante esta religión, ha creado a un narrador-personaje completamente desligado de religión alguna, se podría decir que ateo, sin embargo Hans se burlará también de ellos “Me aburren porque siempre hablan de Dios”, ¿Acaso una autocrítica? Pues a lo largo de este seguimiento a la presente obra de Böll nos daremos cuenta que en el payaso son muy recurrentes las menciones sobre el catolicismo, sus fuertes críticas sobre quienes llevan el poder de dicha religión. Hans habla mucho de los católicos, pero no mucho de Dios. Pero, ¿Quién es entonces Schnier? “Soy un payaso […] de momento superior a mi fama. Y hay un ser católico al que necesito con urgencia: Marie, y precisamente vosotros me la habéis quitado” (Böll, 2003, pág. 65). Sin embargo, ¿Por qué se ha dado la dolorosa despedida entre el payaso y su amada? Hans de forma reiterada se martillará la cabeza con la idea sobre que Marie ya no está con él, lo ha dejado solo:
“En cuanto a Marie, comienzo ya a dudar: su <<terror metafísico>> no lo veo claro, y si se marchó con Züpfner y hace con él todo lo que hice yo con ella, comete pecados que en sus libros se designan inequívocamente como adulterio y fornicación. Su terror metafísico se basó única y exclusivamente en mi negativa a casarnos civilmente y a hacer educar a nuestros hijos en la religión católica.” (Böll, 2003, Pág. 51).
El catolicismo, la iglesia, se convierte en el punto de partida de su decadencia frente al amor y un gran obstáculo para lograr encontrarse con Marie. Marie al decidir unir su vida con la del payaso se enfrenta a aquel “dolor metafísico” que tal vez no es más que su consciencia frente al hecho de pretender vivir con un payaso que odia la religión que ella profesa; entonces es ahí, cuando su católica convicción le guía a dejar a Hans. El “bienestar metafísico” de Marie se encuentra en el catolicismo y en quienes lo representan. Sin embargo cabe aclarar que el payaso hace una confesión no menos que conmovedora, “Es cuestión de gustos, Marie, pero no es ése tu gusto. Mejor confiar en un payaso ateo, que te despierta temprano para que llegues puntualmente a misa, y que, cuando es necesario, no escatima un taxi para ir a la iglesia” (Böll, 2003, pág. 67). Marie es quién se ha rendido ante las convicciones de Hans, ha decidido irse con otro; pero, en el otro lado, está Hans, que tampoco escatima momento alguno para criticar a la iglesia, situación que inevitablemente pudo fastidiar a la mujer, pero que a él, al parecer nunca lo fatigaron las creencias de Marie. El payaso, que no cree, hace lo imposible para hacer feliz y satisfacer a la mujer que sí cree; pero ella que posee aquellas convicciones, decide, para dejar ese “terror metafísico” que la atormenta, dejar a aquel ateo. Resultado: un payaso con un gran dolor en el corazón, que no guarda las proporciones para manifestar el odio hacia quienes le han quitado a su amada.
Hans Schnier se convierte en un crítico de la nueva época que se va acercando al mundo. El siglo XX tiene que afrontar las heridas de la Segunda Guerra mundial y la certeza que los seres humanos son capaces de hacer cualquier cosa llevados por cualquier motivación. Heinrich Böll elige a Bonn como epicentro de las acciones, una ciudad que fue seriamente herida por los bombardeos durante la guerra. En 1949 Bonn se convirtió en la capital de la República Federal de Alemania. Esto propulsó la llegada de gran cantidad de funcionarios y diplomáticos extranjeros, e igualmente el establecimiento de organismos públicos y privados. Después de la guerra la ciudad se erigió como un importante centro industrial, en donde se elaboraban productos metalúrgicos, químicos y algunos alimentos. Esto propulsó la elevación de partidos políticos y el aumento del poder de la Iglesia. Hans Schnier da cuenta de dos partidos políticos, la Unión Cristiano-Demócrata y el Partido Social Demócrata Alemán. El payaso no está a favor de ninguno, se mantiene al margen; es un observador de su ciudad, de las palpitaciones de la sociedad, de cómo funciona el nuevo siglo, de los venenos que hacen palidecer no sólo a Bonn, sino que sus opiniones van más allá, lo que dice se proyecta a todo el mundo, los grandes cambios después de la Segunda Guerra Mundial, una conciencia frente a una época que se avecina, una conciencia que trasciende los límites de aquellas fechas y llega hasta la contemporaneidad.
La Segunda Guerra Mundial
Hans tuvo que vivir el asedio de los nazis. En su niñez, debido a que en un salón de clase dijo “Cerdos nazis” su familia debe presenciar un juicio en su propia casa. Algunos Nazis visitan la casa de los Schnier y preguntan por la posible causa de que el pequeño haya dicho aquella palabra. Sin embargo la madre de Hans y su esposo niegan la posibilidad de que Hans hubiese escuchado esa expresión en su casa. Durante la ocupación Nazi la madre de Hans se muestra fiel al grupo nacionalsocialista, lo que derivó en el alistamiento de su hija Henriette en la guerra y en la posterior desaparición de la joven. Hans no soporta aquel episodio y permanentemente la atormenta con dicho recuerdo. A pesar de ser ricos, prósperos empresarios del lignito (un tipo de carbón) la madre los obligaba a ahorrar algo, en la comida, en los útiles escolares. Sin embargo esto será cuestión de simples apariencias, pues el payaso nos contará que algún día sorprendió a su madre comiendo a escondidas y de manera salvaje algunas porciones de jamón.
El hermano de Hans se hace teólogo, sin embargo no escatima en enviar alguna ayuda cuando se va a vivir con la joven Derkum. El payaso rememora siempre que habla con su familia el hecho de haber perdido a su hermana en la guerra. Henriette parece simbolizar el sin sentido de la guerra, lo absurdo, pues, cuando aún estaba con vida, en algunos momentos y sin previo aviso quedaba impávida mirando al vacio, sin mirar ni pensar en nada. Se trata de la inconsciencia que se va para la guerra y nunca más regresa; sólo deja el melancólico recuerdo, el dolor. Hans al sentir el vació de su hermana decide incinerar todas las pertenencias de la joven, incinerar el recuerdo, la pesadez del dolor de la guerra.
El payaso y la ciudad
Hans posee una conciencia sobre la velocidad de las ciudades. Él mismo nos muestra paso a paso sus acciones en la ciudad, su espacio, la forma en la que siente los ritmos de la urbe; llegar rápido, tener dinero, guardar el número telefónico de quien puede brindar ayuda: es la gran ciudad y su movimiento. “Oscurecía ya cuando llegué a Bonn, y me forcé esta vez a no poner en marcha el piloto automático que en cinco años de viajar se ha formado en mi interior; bajar las escaleras del andén, subir las escaleras del andén, dejar la maleta, sacar el billete del bolsillo del abrigo…” (Böll, 2003, pág. 7). El payaso refleja su manera de moverse entre la ciudad y sus espacios. Fernando Cruz Kronfly señala que el ser que habita la urbe construye un camino propio, le da sentido a cada paso que brinda sobre el asfalto, cada mirada sobre los espacios fundan distintos caminos, una manera de hacer correr la vida sobre la ciudad, que “…se erige también como un sistema de usos que el sujeto interioriza, modos de utilización de rutas y lugares, sombras de árboles, cafeterías y sitios de paso, recorridos y travesías, claves urbanas que se deben <<saber>> descifrar y utilizar y cuyo manejo resulta sustancial al ciudadano de la urbe” (Kronfly, 1998, pág. 218). Hans, como habitante de la urbe contemporánea, caótica, veloz, inesperada, otorga un sentido a la calle, la siente, se interna en ella, la vive, recorriéndola, pisoteándola, “¿Era un número lo que yo representaba? Meter la llave en la cerradura de la puerta […] abrir la puerta del ascensor, apretar el botón para el quinto…” (Böll, 2003, pág. 12). Vivir en la ciudad se convierte en un acto acaso circense, jugar a la vida de la ciudad, jugar a ser habitantes de la urbe, crear conciencia de la manera en que la vida discurre entre paredes, calles, escaleras y vehículos de transporte; habitar en la ciudad crea actos automáticos de supervivencia.
El payaso toma conciencia de lo que significa vivir en la urbe, entre el asfalto, las paredes, las calles, los caminos que se emprenden. “Para el trayecto de la estación al hotel, del hotel a la estación, hay una unidad de medida: el taxímetro. Y así dista dos marcos, tres marcos, cuatro marcos con cincuenta de la estación.” (Böll, 2003, pág. 7). El tiempo viene a configurarse en una valoración monetaria a través de un instrumento tecnológico: el taxímetro. El tiempo se convierte en esclavo del dinero. El tiempo, el espacio, las distancias, son atrapadas por la tecnología del taxímetro y las sogas del dinero. El tiempo y el espacio se configuran muy valiosos, cuestan. Hans desarrolla una consciencia sobre lo que significa vivir en la urbe; en este caso, el tiempo, la distancia, se convierten en un aparatito dentro de un vehículo que va marcando la lejanía por medio de dinero. Moverse en la ciudad no es gratis, a veces duele, el asfalto hiere.
El dinero es el que mueve la ciudad, Hans necesita moverse, trabajar, pero está herido de la pierna, además ya no tiene dinero; entonces está atrapado, inmóvil, las quijadas de la ciudad se abren y se tragan al payaso. Uno de los elementos que ayudan a Hans para buscar una solución a la pésima situación económica en que se encuentra es el teléfono. Éste aparato se convierte en un arma vencedora de distancias, “…saqué del estante el listín de teléfonos y descolgué el auricular […] Era la única arma que me quedaba y pronto iba a hacer uso de ella.” (Böll, 2003, pág. 15). Aquel uso del arma telefónica inevitablemente será el inicio de la historia del payaso. Posee una capacidad mística de poder percibir olores por el teléfono; sin embargo, este elemento mágico es el único, junto a la gran imaginación de Schnier, que se presenta en la obra, sin abandonar violentamente la mesura realista que se desenvuelve a lo largo de la historia.
El teléfono no solo comunicará con otra persona, sino con el pasado de Hans Schnier y sus cavilaciones acerca de la persona que contesta al otro lado de la línea. Hans llama a su madre: “Le habla un delegado del comité central de los judíos yanquis que se encuentra de viaje, póngame con su hija, por favor.” La madre contesta, “<<Nunca podrás olvidarlo, ¿Eh?>> Yo mismo estaba a punto de llorar y dije en voz baja: << ¿Olvidarlo yo, mamá?>> Calló y sólo oí aquel lloriqueo senil…” (Böll, 2003, pág. 23). Y de esta forma Hans expondrá el gran dolor que lo inunda cuando rememora el hecho de que impulsada por sus padres, su hermana Henriette se haya alistado en la guerra y que inevitablemente nunca más regresaría con ellos. De esta forma el teléfono se convierte en un canal por el que podemos conocer el pasado de Hans y acerca de lo que siente sobre algún asunto. El teléfono constituye un lugar de encuentro, entre el pasado y el presente, desenvuelve la vida del payaso.
El payaso opina sobre Bonn. “Todos sonríen con gemebunda ironía cuando se habla de Bonn. No comprendo esta afectación. Si una mujer cuyo atractivo es la somnolencia se pone de repente a bailar un can-can salvaje, sólo cabe suponer que ha sido drogada; pero no es posible drogar a una ciudad entera.” (Böll, 2003, pág. 47). Bonn para Hans es una mujer somnolienta, acaso aburrida, apagada a pesar de las industrias que la circundan. Tal oscuridad y desgano de la ciudad llegaron con el hollín de las fábricas, con la iglesia y el pudor. Hans recuerda que en aquella ciudad ya no hay prostitutas, acaso despedidas, desaparecidas a causa del poder religioso; sin embargo lo que al payaso lo retuerce de indignación es que, a pesar que han exiliado a las prostitutas, todos las extrañan, “Falsa expectación, falso pudor, falsa especulación sobre la perversión.” (Böll, 2003, pág. 47). La ciudad para Schnier se torna aburrida, apagada ante la presencia de aquella hipocresía de quienes mantienen la égida del pudor, pero comentan los deseos inmensos de que vuelvan las prostitutas, el placer, el gozo sin aquel pulcro y aparentemente cuidado pudor.
Hans mantiene firme su guitarra, rasga las cuerdas con dedos temblorosos, ríe, pero la fuerza del dolor es la que impulsa la voz. Algunos transeúntes pasan cerca, observan el sombrero a lo Chaplin en el suelo, depositan alguna moneda o un cigarrillo. Momentos antes Schnier ha decidido, impulsado por el cansancio, por la fatiga que le trae su desventura, su pobreza, la tristeza, arrojar hacia la ciudad su última moneda, “De repente saqué mi marco del bolsillo y lo arrojé a la calle, en seguida me arrepentí de haberlo hecho, traté de divisarlo, pero no lo vi, pero creí haber oído el ruido que hizo al caer sobre el techo de un tranvía que pasaba” (Böll, 2003, pág. 152). Hans parece que le da una limosna a la ciudad entera, llevado por la rabia, la angustia, la soledad en la que se encuentra, abandono y dolor que le ha deparado la vida, las circunstancias y la ciudad. Hans parece decirle a la ciudad “¡Ey! Mírate, qué ciudad más abandonada, sola con su melancolía”. Al arrojar aquella moneda a la ciudad, parece haberla lanzado para sí mismo, pues, más adelante, Hans Schnier se pintará la cara, tomará la guitarra, afinará la voz, y se sentará cerca de la estación mientras la gente escucha su canción y coloca monedas o cigarros en su sombrero. El payaso debe sobrevivir, vende su canción, su voz, la denuncia y la melancolía que se liberan; Gonzalo Arango alguna vez diría que “La ciudad es la gloria pasajera del hombre, su grandeza, su miseria, el botín de su victoria contra la muerte, la dignidad de su combate, la historia que le sobrevive” (Arango, 2003, pág. 1). Aquel botín se encuentra en la forma en que Hans se enfrenta ante las adversidades que le depara la ciudad. Tener, no tener dinero, o luchar contra la condena de miseria en aquella gloria pasajera. El botín está en la forma en que se logra sobrevivir gracias a su cara pintada, a su canto, al sonido de la guitarra, últimos compañeros del payaso. Debe buscar la manera de sobrevivir, de sentirse vivo entre las tempestades de la ciudad. Debe ir en contra de las condenas que lo oprimen, lo encarcelan, lo acorralan, lucha, canta contra ellas.
Mujeres rodeando al payaso
El payaso está solo en la ciudad. El abandono al que lo ha condenado Marie Derkum no lo ha impulsado como un salvaje hacia otros senos. Hans Schnier posee cierta simpatía con la monogamia, pues, a pesar de ser tan crítico frente a quienes adoptan la religión católica, pensaríamos que el payaso se entregaría a una vida sentimental, afectiva y sexual poco estable, estar con una y con otra mujer, menciona que no es capaz de estar con otra chica diferente a Marie; a pesar de sentirse atraído sexualmente por Mónika Silvs, no deja que aquel sentimiento lo movilice a hacer algo que vaya en contra del cariño que siente por la joven Derkum. “Pasaron algunos minutos hasta que ella volvió y recordé que Marie me contó una vez que incluso muchos santos habían tenido amigas […] Dios mío, por lo menos el respirar de una mujer” (Böll, 2003, Pág. 139). Hans se siente atraído algunas veces por Silvs, pero no logra abandonar aquella fidelidad que guarda con Marie. Su soledad sólo lo lleva a sentir alivio sólo con un aliento femenino a través de un auricular.
Marie Derkum a pesar de ser católica decide unir su vida con un payaso que no cree en Dios y en aquella religión. Es interesante conocer que una mujer, a pesar de estar tan ligada a una religión y a sus preceptos, desee irse a vivir con alguien ateo. Esto despliega la imagen de una mujer cuyo albedrío lo toma ella enteramente, sin retroceder o verse cohibida por las reglas de la religión o la represión familiar. La mujer hace lo que desea para sí, sigue sus sentimientos a pesar de ir en contra de los convencionalismos que la rodean. Sin embargo Marie empieza a manifestar cierta tristeza, cierta melancolía al estar viviendo con Hans, “Después comenzó a llorar repentinamente, y yo le pregunté por qué lloraba ahora, y ella susurró: <<Dios mío, bien sabes tú que soy católica>>; y yo dije que cualquier otra muchacha, protestante o infiel, probablemente lloraría también, y hasta sabía por qué […] <<Porque existe realmente una cosa llamada inocencia>>” (Böll, 2003, Pág. 35). Marie perdió la virginidad con Hans, y a lo largo de la obra manifestará lo que el payaso llama “terror metafísico” que tal vez no es más que el arrepentimiento de la joven de su decisión de estar con Schnier. Además vale la pena recordar que la joven Derkum sufrió dos abortos durante la permanencia con Hans. Episodios que derivarían en una inevitable pero minúscula aparición de la policía para verificar las circunstancias del aborto. El aborto se convierte en un elemento que acelera la tensión entre la pareja, tensión que llevará al abandono de Hans. La criatura sin vida que sale de Marie Derkum se convierte en una suerte de anunciador de la expulsión del payaso de la vida de la joven. Es su fe la que ha estado en peligro, y para esto, Heribert Züpfner y su gran monstruo católico, se la llevará para salvarla de Hans, que sólo le ha provocado abortos.
Hans desenvolverá una crítica frente a la imagen de mujer que se tiene, al parecer en Norteamérica, ejemplificado con el mundo cinematográfico y de los actores famosos:
“Las mujeres en esos films o bien son prostitutas por naturaleza o lo son en un sentido social; compasivas casi nunca lo son. […] Crueldad cuando la compasión sería lo único humano […] No comprendo la moralidad americana. Pienso que allí quemarían viva por bruja a una mujer compasiva, una mujer que no se acostara por dinero ni por pasión por los hombres, sino sólo por compasión de la naturaleza masculina” (Böll, 2003, Pág. 68).
La soledad de Hans lo lleva a pensar en aquella compasión que debería tener alguien sobre su condición. Critica los estereotipos que se muestran en aquellas historias, mujeres que siempre se obnubilan por machos súper dotados a nivel económico o físico, y plantea una suerte de utopía de la mujer que él necesita en aquellos momentos: alguien que tenga compasión de él, de su tristeza, de sus críticas, de su estado. Está abandonado y no necesita el consuelo de aquellas historias americanas, “el grandioso ideal de la felicidad en pareja”, sino la presencia de alguien que se compadezca, que lo acompañe.
La televisión encendida
Aunque de manera somera, Hans mostrará sus reflexiones acerca de los medios de comunicación en la sociedad que lo rodea y el papel que cumplen dentro de ésta. El payaso resaltará que su padre, gran empresario del lignito, posee cierta influencia dentro de la ciudad de Bonn, y aquella influencia, nos comenta Hans, es simplemente pura apariencia, falsedad, manipulación, “¿Qué había hecho duro y despiadado a este hombre bondadoso, mi padre, por qué hablaba por la televisión de deberes sociales, de lealtad al estado, de Alemania, incluso de la cristiandad en la que no creía según su propia confesión, y de tal modo que obligaba a los demás a creerle?” (Böll, 2003, Pág. 120) Más tarde dirá Hans que la razón de aquella falsedad es nada más que la idea del “dinero abstracto”, la riqueza, el poder en potencia, no pocos billetes, el ideal mismo de adquisición monetaria en potencia. Y es interesante que el payaso cuando se da cuenta que no posee ningún recurso económico y está más abandonado que nunca por Marie, usa su infatigable imaginación para plantear una solución a su problema, “Ella podría quedarse conmigo como concubina, ya que la Iglesia nunca más la separaría de Züpfner. Entonces yo no tendría más que hacerme descubrir por la televisión y adquirir nueva fama, y la Iglesia cerraría los ojos. Después ya nadie me exigiría que me casara por la Iglesia con Marie…” (Böll, 2003, Pág. 165). Se puede notar inevitablemente el gran poder que poseen los medios de comunicación en la sociedad que se plantea en la historia. Dicho poder, fama soñada, puede incluso transgredir, por no decir que hacer cerrar los ojos, apagar los señalamientos de instituciones, si de por medio se encuentra aquella fama, dinero, poder y dominio. La televisión encendida, la fama y poder que proyecte, puede cegar la moral de cualquier institución.
Hans Schnier es la voz de la conciencia no sólo de aquella sociedad dibujada en la obra de Böll, es una voz que golpea en cada tímpano, en la frente de quien se acerque a sus reflexiones. La guitarra de Schnier suena en Brasil, en París, en Tokio, en Moscú. Sus ojos observan y comentan la época que vive, las épocas que se acercarán, el tiempo venidero. Como su autor, el payaso levantará su voz ante a los grandes poderes que se levantan frente al individuo, que tratan de ahogarlo, de robarlo, de silenciarlo. Es una voz, una guitarra, una cara pintada, que se escabullen entre los transeúntes, vuelan entre las almas, hacen cosquillas en la conciencia de quien escucha. ¡Es el mundo que quiere tragarnos! Gritan algunos jóvenes que se acercan al payaso. Caen algunas monedas y un cigarro en el sombrero de Schnier. Toma el cigarro y lo mantiene en la boca; es lo único seguro que tiene en el momento. Rasga la guitarra, mientras las lágrimas van corriendo el maquillaje blanco.
Referencias bibliográficas
ARANGO ARIAS, Gonzalo. La ciudad y el poeta. Biblioteca piloto pública de Medellín. 2003.
BÖLL, Heinrich. Opiniones de un payaso. Editorial Sol 90. Buenos Aires. 2003.
CRUZ KRONFLY, Fernando. La ciudad como representación. En: La tierra que atardece. Santa fe de Bogotá. Planeta, 1998.
Enciclopedia Universal Cultural. Editorial Cultural S. A. Madrid, 2001.
WIESNER, Herbert (Compilador). Nueva literatura alemana, antología de autores contemporáneos. Fondo de Cultura económica. México. 1993.
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